sábado, 28 de noviembre de 2009

Más Platón y menos Prozac


Terminé de leer Más Platón y menos Prozac, (Lou Marinoff, Rústica, Ediciones B - 2000 ISBN 8440696841) libro que me regaló mi gran amiga Érika Anay Rodríguez Valle.

Entre otras cosas, a partir de la lectura de este autor, me queda claro que los psiquiatras y los psicólogos clínicos son imitadores del modelo médico, lo que genera infinidad de errores.
El médico diagnostica y trata enfermedades físicas; el psiquiatra y el psicólogo clínico están preparados para tratar “enfermedades mentales”. Lo entrecomillado es una simple metáfora que cada día se confunde más y más con la realidad.

Un chiste de psiquiatras aclara lo anterior: “Los pacientes que acudían temprano a su cita en la consulta eran diagnosticados como ansiosos; los pacientes que llegaban tarde, como hostiles; los que llegaban a la hora prevista, como compulsivos”.

Los trastornos médicos a menudo se denominan “síndromes”. Por ejemplo, el Síndrome Down es un grave trastorno genético que produce retraso mental y algunas deformidades físicas. El Síndrome de Tourette es un trastorno neurológico caracterizado por movimientos repetitivos, estereotipados e involuntarios y la emisión de sonidos vocales llamados tics.

¿Qué podemos decir en el caso del Síndrome de la Guerra del Golfo? Nada. No nos conduce a ninguna respuesta científica ni aclara nada. No sabemos si los que “lo padecen” fueron expuestos a alguna toxina o agente biológico. Nada.

En el DSM IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales se habla de infinidad de síndromes metafóricos que causan risa y rabia. Da la impresión de que cada terapeuta inventa caprichosamente sus síndromes sin piedad ni respeto al ser humano pensante. Por ejemplo, el Síndrome del Trastorno del Aprendizaje Numérico: a un niño no le entran los números, de ninguna manera. ¿Se trata de una enfermedad psicológica? Lo dudo. Me inclino a pensar que su maestro no sabe nada de aritmética o el método que emplea está fuera de lugar.

En 1987, por ejemplo, la Asociación Norteamericana de Psiquiatría decidió, por votación, aceptar el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Ese mismo año fueron diagnosticados con dicha “patología” cerca de medio millón de niños norteamericanos. En 1996 se estableció que más de un 10% de los escolares norteamericanos padecía dicho síndrome.Supongo que a estas alturas andamos arriba del 15%.

El medicamento para “curar” dicho “padecimiento”, el Ritalín, ha multiplicado sus ventas y sus efectos secundarios, como no tenemos una idea.

Lou Marinoff nos dice en este libro que existen otros métodos, fuera de los tradicionales, para sanar el alma, el estrés, la depresión y muchas otras enfermedades mentales. Estos métodos se encarnan en el pensamiento filosófico de los grandes pensadores.

A lo largo del libro pude encontrar geniales respuestas a muchos problemas habituales como: la manera de llevar las relaciones amorosas, de vivir con ética, de prepararse para morir, de enfrentarse a un cambio profesional y de encontrar sentido a la existencia.

Gracias, Anay, por tu bello regalo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Las próximas fiestas


Casi no pude dormir anoche. Hizo mucho frío. Antier cayó en esta región la primera "helada".

De cualquier manera, Tenamaxtlán hace sus preparativos para las fiestas religiosas, Navidad y fiestas taurinas.


Se intuye que este año del 2009 no vendrán muchos hijos ausentes, como en otras ocasiones, por la crisis económica internacional que se vive y que ha lesionado los bolsillos de muchos compatriotas, aquí y el extranjero.


Un mes de fiestas implica muchos gastos; y no hay manera de solventarlos.


Además, habrá fiestas en la Yerbabuena y en otros lugares cercanos.


A ver qué nos queda después de esta algarabía que ya está sobre nosotros.

martes, 3 de noviembre de 2009

Un día de lágrimas


Ayer fue Día de los Difuntos.


Mis alumnos de psicología prepararon hoy un bellísimo Altar de Muertos, para recordar a Candy, compañerita del grupo, quien vivió una vida trágica y solitaria, y decidió quitarse la vida, ahorcándose en su propia habitación, hace ya algún tiempo.


El salón de clases lucía espectacular: flores de cempasúchil (Tagetes erecta), adornos de papel de china picado, velas, veladoras, imágenes de la difunta y objetos personales, comida, agua y muchas cosas más.



Expuse mi tema: “Teorías de la Personalidad”.
Definí el concepto de Personalidad (temperamento y carácter). Luego expliqué los aspectos básicos de la teoría de Freud (psicoanálisis y etapas psicosexuales), Margaret Mahler (simbiosis, separación e individuación), Erich Fromm (personalidades: receptiva, explotadora, acaparadora, vendedora y productiva), y terminé hablando sobre el Enfoque Gestáltico (el Aquí, el Ahora, el Darse cuenta, etc.).



Hubo luego un espacio para que el jurado apreciara y calificara el altar de muerto. Cada grupo hizo el suyo. Por cierto, mi grupo, fue perdedor.



Finalicé hablando de Candy. Dije a mis alumnos que fui a verla el día de su muerte. Su padre me llamó por teléfono ese día fatal para que acudiera a su domicilio particular. Me dijo que su niña estaba enferma. No dio más explicaciones. Llegué a la casa de Candy. Toqué. Me recibieron unos perros mansos y muy cariñosos. Hablé fuerte y nadie me respondió.
Me introduje a la vivienda y caminé por un corredor hasta dar con la última habitación; imaginé que ahí habría gente esperándome. Absoluto silencio.



Encontré a Candy recostada en su cama, boca arriba, con una pierna flexionada. Le hablé. No contestó. Le toqué su hombro y su frente. No hubo respuesta. No se movía. Estaba tibia aún. Abrí sus ojos y encontré el signo inequívoco de la muerte: pupilas midriáticas, enormes, paralíticas. Su corazón estaba sin vida. En su cuello tenía huellas de ahorcamiento. Luego descubrí que de una viga del techo pendía una soga gruesa y larga. Adiviné todo.


Y es que minutos antes la habían descolgado, pero ya estaba muerta.


Muchos días traje en mi mente la imagen de la niña hermosa que decidió terminar de cuajo con una existencia llena de dolor y de soledad. Tiempo atrás había perdido a su madre, colega mía, originaria de Colombia. ¿Por qué tomó Candy esta decisión? La respuesta se la llevó la niña consigo, a la tumba.


A partir de ese día prometí abrazar más fuerte, todos los días, a mis queridísimas hijas; ellas son mi tesoro y todo lo que tengo.


Así terminó el tiempo de la clase de psicología. Aproveché para comentar a mis alumnos sobre la neurosis, la depresión y el suicidio; también les comuniqué que últimamente he estado viendo en mi consultorio muchos casos de chicas de entre 12 y 15 años de edad que se automutilan. Se cortan su cuerpo con navajas de rasurar, con cuchillos o con otros instrumentos punzocortantes; se pellizcan y se provocan daño y dolor. Los especialistas dicen que esto obedece a un cuadro de depresión endógena que requiere tratamiento especializado.



Al final, me atraganté frente a mi grupo. Muchos sentimientos encontrados invadieron mi ser. Se me hizo un nudo en la garganta y lloré. No pude controlar mis lágrimas y sentí que se me partió el alma en muchos pedacitos.


Es terrible estar solo; es un verdadero infierno vivir sin amor, sin compañía, sin estímulos, sin una caricia, sin un papá, sin una mamá, sin unos hermanos, sin un amigo. Y muchos de mis alumnos están en esa situación. Sufren.

Me despedí diciéndoles: “Los quiero mucho”.


Llegué a casa con una terrible opresión en mi pecho y con una tristeza profunda, muy profunda.


Candy, donde quiera que estés, espero que estés mejor que aquí.