viernes, 25 de diciembre de 2009

La Nochebuena de anoche.


Como todos los años, nos reunimos anoche para celebrar Nochebuena. Fabiola nos hizo falta. Habló desde Disnyelandia, nos deseó lo mejor y colgó el teléfono. La cena fue a base de pollo horneado, ensalada de zanahoria con piña y pasas, albondigones que preparó mi concuño El Muñeco, ponche de frutas, tequila, Torres 10 y un escocés riquísimo. La cena se sirvió a las 21:00 horas.


Empezaba yo a saborear el pan de ajo cuando llamaron de Juanacatlán. Una señora diabética estaba muy grave. Sandy y yo nos fuimos a verla. Hacía un frío endemoniado en Juanacatlán. El pueblo lucía solo y silencioso. Todo mundo se encontraba celebrando la próxima llegada de Nochebuena. El pueblo, a pesar de su aparente soledad, lucía esplendoroso por la cantidad de luces multicolores que adornaban las casas del lugar.


Revisé a la paciente y sólo le encontré hiperglicemia y fiebre por Urosepsis. Le apliqué sintomático intramuscular, le dejé receta para su malestar general, y Sandy y yo nos regresamos a casa.


Ya todos estaban repartiendo regalos, tomando las fotos del recuerdo y obsequiándose abrazos al por mayor. Yo continué mi cena, fría por cierto.


Tenía apenas cinco minutos degustando mi pollo cuando me llamaron de la Comandancia. Había dos detenidos. Tenía que ir yo a realizar sus Partes Médicos. Me fui caminando a la Presidencia Municipal. Los detenidos alegaban ser inocentes, me pedían que los dejara salir a sus respectivos domicilios porque querían pasar Nochebuena con sus familiares. Los dos detenidos presentaban signos de ebriedad total y les tuve que negar su petición porque ambos habían agredido a sus esposas e hijos y estuvieron a punto de provocar accidentes viales con sus vehículos. Me sentí triste por ellos y por mí.


Regresé a casa y continué mi cena. El Muñeco y su esposa Chela departían tragos de escocés. Yo tenía mucha hambre y continué mi cena. Mis niñas y sus primos jugaban a encender luces y hacían travesuras, gritaban, cantaban, abrían sus regalos.


A mí no me entusiasman estas fiestas. Me traen recuerdos tristes de mi infancia, de cuando esperaba al Niño Dios y sus regalos, con mucha fe y devoción, y nunca llegaba, nunca. Ahora entiendo por qué, a pesar de mis oraciones y súplicas profundas, nunca hubo un regalo ni para mí ni para mis hermanos. Nos tocó vivir la pobreza en su expresión más terrible, y con la pobreza, el dolor de pasar navidades tristes y con el estómago vacío.


Me fui a la cama treinta minutos después de la medianoche. A las 4 de la mañana me levanté a atender a un paciente solitario y triste que amenazaba con suicidarse. Ni su esposa ni sus hijos viven con él. Lo dejaron solo y a su suerte, y esta época navideña hizo estragos en su mente. Conversé con él durante una hora, le apliqué un tranquilizante intramuscular y pedí a los policías que lo llevaran a su casa. Iba más tranquilo. No sé qué habrá de pasar a este hombre que conozco muy bien desde que llegué a este pueblo. El tiempo lo dirá.


Dormí hasta las doce del día.


Las fiestas del pueblo están en su apogeo. Hay mucha gente de fuera. Aunque la crisis ha dañado la economía y los bolsillos de casi todos, hay algarabía y muchos rostros felices. Ojalá y sea por mucho tiempo. Feliz Navidad.