
Las redes sociales están revolucionando el mundo de la comunicación, en general. Por medio de ellas tenemos la posibilidad de interactuar con otros seres humanos aunque no los conozcamos. Las redes sociales son abiertas y crecen y se edifican sólo con lo que cada uno de los participantes aporta todos los días. Cada persona que va llegando pone su granito de arena y, de alguna forma, va transformando al grupo preexistente en un nuevo producto. La red social ya no es la misma cuando un miembro dice adiós. Algo cambia.
Yo estoy usando Facebook para interactuar con mis alumnos de la preparatoria de este lugar. Tengo un sitio especial para esta interrelación. Los resultados han sido asombrosos. Veo que los logros van más allá de lo que alcanzábamos hace años. Ahora, los chicos investigan, aprenden de otros, se comunican y toman decisiones más comprometidas con su propio aprendizaje, y lo hacen con mucho entusiasmo.
Pero independientemente de los logros académicos, las redes sociales nos dan otro tipo de sorpresas. Me acaba de suceder algo fuera de serie y quiero compartirlo con ustedes, amigos.
Tenía yo mucho tiempo buscando a dos amigas que fueron mis alumnas en la Preparatoria no.5 de la Universidad de Guadalajara hace alrededor de 30 años. Sus nombres: Marianela Herrero Orozco y Ana Rosa Rocha Islas. Fuimos entonces amigos inseparables. Vivimos aventuras increíbles. Una de ellas fue el viaje que realizamos a La Estancia de los López, Nayarit, en el municipio de Amatlán de Cañas, terruño de la mamá de Ana Rosa, allá por 1980. Mis amigas y yo vivíamos entonces en Guadalajara.
Inolvidables, por cierto, la ida y el retorno. Este último lo realizamos en un vehículo destartalado, muy de mañana, sin vidrios, casi sin llantas. Hacía un frío terrible y devastador. La tierra de la brecha se metía y casi nos ahogaba. Una hermana de Marianela, compañera de viaje, padecía, entonces, de asma bronquial. No portábamos ni cobijas, ni siquiera una chamarra, nada para cubrirnos del frío, del aire, y más tarde, ni del sol. Nos apretujábamos en el asiento posterior Marianela y Constanza (hermana de Marianela, veterinaria que vive ahora en Playas del Carmen) y yo. Ana Rosa se quedó en La Estancia. Casi morimos de hipotermia.
Muchas aventuras vivimos juntos en aquel entonces, mis amigas y yo.
Yo no recordaba el nombre de Marianela.
Nunca di con los apellidos Rocha Islas de Ana Rosa, ni en Google ni en Facebook.
Antier encontré a Tatiana Herrero Orozco en Facebook. (Ahora sé que es hermana de Marianela). Me fui a sus contactos y los revisé todos, de uno en uno. Vi una foto que me llamó la atención: Marianela Herrero Orozco. Me fui a su página. Me impresionó su parecido con mi amiga, que en aquella época de preparatoriana tendría unos 17 años. Le dejé un recadito, previa disculpa y mención de Ana Rosa Rocha Islas. Más tarde abrí mi Facebook y ahí encontré una emotiva respuesta de Marianela, por cierto, título de una novela de Benito Pérez Galdós. Indescriptible mi sentir; no hay palabras para describir la alegría que me produjo tal encuentro.
Ahora, ya nos hemos saludado por teléfono Marianela y yo. Ana Rosa me envió mensajes a mi celular. Hemos recordado y compartido vivencias de entonces y de hoy. Y es casi seguro que muy pronto nos veamos en Colima, lugar donde ambas viven su vida, de manera independiente.
Una red social, en este caso, me hizo el milagro.
Un abrazo para mis amigas inolvidables. Grandes alumnas, por cierto.
Hasta la próxima.