
Tengo conmigo el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de Maurice Joly. Lo leí hace algunos años durante unas vacaciones navideñas, en un ranchito de nombre Quililla, municipio de Guachinango, Jalisco, de donde soy originario.
Vale la pena releerlo y tomar algunas ideas centrales del panfleto que Joly escribió contra Napoleón III, a fin de entender parte de lo que estamos viviendo en el campo de la política mexicana.
Ahí podemos encontrar una buena dosis de teoría política y un dato central y relevante, escalofriante por cierto: es muy fácil convertir las instituciones democráticas en regímenes autoritarios al cien por ciento, sin necesidad de eliminar la Constitución, y, lo que es peor, con el apoyo generoso y apabullante del pueblo.
Sigue siendo, pues, un libro vigente a pesar de haber sido escrito allá por el año de 1864.
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Esta tarde, repentinamente me cayó encima una pesada melancolía al pensar en cosas tan simples como ésa de que las gentes que vivían en Guachinango en 1800 son las mismas que se agitan allí abajo, en mi amado pueblo, a mis pies, en este pedacito de México cuyo aliento, junto con el de las cosas y los animales, exhala un olor de vida renovada.